El día que Chuck Berry hizo llorar a Coque Malla

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El día que Chuck Berry hizo llorar a Coque Malla

Toda una generación, la de los ochenta, ha crecido marcada por la escena del baile de instituto de la primera película de la saga «Regreso al Futuro«, donde Marty McFly tocaba la guitarra y cantaba al ritmo de una canción: «Johnny B. Goode». El responsable de aquel himno tan irrepetible era Chuck Berry, considerado por la crítica especializada como el padre, maestro o inventor del rock and roll, ese sonido electrizante que puso patas arriba el mundo occidental de mediados del siglo XX.

Berry nos dejó el pasado sábado a la edad de 90 años en el condado de Saint Charles, en Misuri (USA). Era enérgico, moderno, imparable. No sabía leer ni escribir, pero con la guitarra se comunicaba como nadie. A diferencia de muchos coetáneos, componía y cantaba su propio material, que luego defendía en actuaciones trepidantes llenas de espectáculo, incluyendo movimientos nunca antes vistos sobre un escenario, como su célebre «duckwalk«. Todas estas cualidades, impulsadas por su carácter arrollador, sirvieron para que consiguiese los primeros éxitos de un idioma juvenil y fresco que, allá por 1955, sonaba como si viniese de otro planeta.

Pero su vida musical sólo ha sido superada por su agitada vida personal. Excesivo en todo, Chuck tenía aires de estrella problemática, una conducta que le llevó a pisar varias veces la cárcel: fue arrestado por robo a mano armada, estuvo en prisión por evasión de impuestos o por pasar la frontera con una menor con propósitos inmorales. También tuvo problemas con la justicia por instalar cámaras en los servicios de su restaurante. Por no entrar en el famoso puñetazo que le propinó a Keith Richards cuando este cogió, sin permiso, su guitarra en los prolegómenos de uno de sus conciertos.

La anécdota es una de tantas que ilustra el estatus que Berry tenía entre músicos tan ilustres como él, que lo trataban con reverencia y una adoración hasta infantil. Del mal carácter de la leyenda del rock también es testigo Coque Malla. En 1994, el venerable músico inauguraba en Madrid el escenario del mítico Hard Rock Café, el primer restaurante que la prestigiosa cadena de comida americana montaba en España. Fue un acontecimiento único e irrepetible. Por aquella época, la reputación del viejo Chuck era tal, que medio mundo se sabía sus canciones y el cantante estadounidense en lugar de viajar con ellos, recopilaba a los músicos de sus conciertos en cada una de las ciudades por donde recalaba. Así, más económico y fácil para viajar, pensaría.

Para la actuación en la capital, eligió a uno de los grupos con más repercusión del momento: Los Ronaldos. Al escenario del Hard Rock, construido solo para aquella noche, subieron todos los componentes de la banda, encabezados por un descarado y rebelde Coque Malla. Una vez allí, se pusieron a ensayar juntos los temas pactados previamente con el americano. El músico dio muestras de sus malos humos y destapó el tarro de las esencias, paró el ensayo y decidió que mejor le acompañara solo el bajista, Luis García, aludiendo que para tocar la guitarra, ya se las bastaba él solo. O lo que es lo mismo, que Coque y los demás componentes de la banda sobraban.

En su libro «Las mejores anécdotas del Rock and Roll«, cuentan El PirataJavier Broco que el líder de Los Ronaldos se bajó entonces del escenario y salió del local llorando. Algunas de las personas que se encontraban en la puerta de acceso a la sala le vieron salir del edificio, con lágrimas en los ojos, quizás tras ver su orgullo juvenil herido, quizás por ver perdida la posibilidad de compartir escenario con una de las mayores leyendas de la música, al que años antes había pedido un autógrafo.

En la actuación, y a pesar de ese afán de perfeccionismo que muchas veces le perdía, Chuck Berry lo dio todo. Salió con pantalón rojo, camisa floreada y hasta reprodujo su famoso paso. Al final, se hizo justicia y permitió, después de varios intentos, que Los Ronaldos al completo compartieran con él el escenario, sus ritmos imparables, su guitarra afilada, su sonido electrificante y su mágico poder de evocación, cumpliendo más que con creces el encuentro creativo de Coque Malla con su ídolo. Larga vida al rock.

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