Veintiuno apuntala su ascenso con «El arte de perder»
«El arte de perder» es el tercer álbum de Veintiuno, a la venta desde el viernes 6 de octubre.
Un trabajo angular en la cresta de la ola de la banda. No es baladí. Hay mucho en juego.
Que nadie espere ningún golpe de efecto. «El arte de perder» es un disco continuista que sigue la senda de «Gourmet» y «Corazonada». Tanto en sonido como en estilo. En fondo y forma. Es la continuación más lógica y honesta. Sin experimentos ni rarezas. Con sensatez y sentido común.
Un acierto apostar por el formato álbum frente a la estrategia single by single.
Y es que el álbum permite desarrollar un concepto creativo artístico lo suficientemente amplio como para poder conectar con las emociones de una manera coherente entre pista y pista. Cada uno de los temas que conforman el LP nace bajo el paraguas conceptual del disco con una continuidad lógica, sin que ninguna de ellas pierda su propia entidad, y con un arco claro que las conecta a todas.
Si algo consigue Veintiuno con magistral genialidad, es la creación de un concepto artístico basado en la conexión con las emociones.
«El arte de perder» es una consecución de himnos que atrapan al oyente a través de las emociones. De la misma manera que sus dos discos anteriores, deja un reguero de himnos desangrando emociones que acaban estallando en júbilo. De la tristeza a la euforia y viceversa pasando por la escala de grises y todos los colores del arcoíris.
Veintiuno es un grupo hecho a sí mismo. No es un cliché. Es una realidad. Cuentan que les ha robado gente que decía creer en ellos, que se quedaron «sin un duro» y que en alguna ocasión tuvieron que vender los instrumentos para pagar las grabaciones en las que sonaban esos mismos instrumentos. En sus propias palabras han «perdido mucho más de lo que han ganado». Pero han creído en ellos como banda. En el proyecto. En la máxima de que solo es posible si lo hacen juntos. Al igual que sus canciones, son parte de un todo sin perder su propia entidad.
De eso va «El arte de perder». De una lección aprendida en cada caída. De crecerse ante las adversidades. De que incluso los relojes parados dan bien la hora dos veces al día. De que hasta en el barro pueden crecer las flores. Que a veces perder es el único camino para encontrar tu talón de Aquiles. Eso es un arte, el arte de perder.
Los de Toledo exhiben músculo y una maquinaria perfectamente engrasada sobre los escenarios. Son su hábitat natural. La mezcla ganadora del piano, las guitarras y el saxo acompañando la imprescindible labor del bajo, la voz y la batería es genuinamente excepcional.
Una coctel de alto impacto emocional que sobre el escenario explota derribando la cuarta pared. Debo decir que Veintiuno es un grupo que se crece en el directo con un sonido mucho más orgánico que el de sus discos, en mi opinión, levemente sobreproducidos afectando al rango dinámico y por extensión a las armonías.
Pero más allá de tecnicismos y análisis profundos, las letras son la piedra filosofal de sus canciones que, sin ser especialmente complicadas, ensamblan con el público con una solvencia incuestionable.
Es el punto fuerte de Veintiuno, su capacidad para componer temas capaces de representar e identificar a toda una generación, particularmente la más joven. Canciones que conectan a la velocidad del sonido con su audiencia. El pegamento con el que se sostiene una atmósfera única entre ellos y su público. Una comunión tan compleja como mágica y perfecta.
Siempre he dicho que el tercer disco es la prueba de fuego de cualquier artista. Para demostrar que no son flor de un día. Posiciona y consolida una carrera al tiempo que sienta las bases de un proyecto de futuro.
«El arte de perder» es un trabajo notable que cumple mayoritariamente con las expectativas de sus fans y que, como mencionaba anteriormente, deja algunos himnos que sistemáticamente son esenciales de la banda; «La ruina», «La Toscana», «Escalofríos» o «La vida moderna» junto a Love Of Lesbian son los éxitos de este disco más demandados por sus fans.