Daena Azcuaga, el triunfo de la constancia y la tenacidad
Desde La Habana, Cuba, Daena Azcuaga presenta una propuesta de pop vanguardista con bases de corte electrónico. Un proyecto con personalidad propia y de carácter auténtico que la sitúa fuera de etiquetas y cánones establecidos. Su carta de presentación lleva por título «Realidad«, se trata de una pieza donde los instrumentos interactúan entre sí indagando en sutiles texturas musicales. Aunque hay gran profundización en la vertiente electrónica el hilo conductor es la voz de Daena, que encuentra el equilibrio perfecto entre los sonidos de sintetizador y un paisaje musical lleno de matices.
En la propuesta sonora de Daena no vamos a escuchar más de lo mismo, sino una paleta de colores musicales, llena de una frescura hipnótica que nos emocionará y cautivará. Uno de los mayores aciertos es no haber caído en el juego fácil y artificioso de incorporar sin más, unas bases electrónicas a unas melodías fácilmente reconocibles. Al contrario, esta vez la osadía ha surgido de las inquietudes. La «Realidad» de Daena es un ejercicio de auténtico carácter musical que a primera escucha se antoja algo complejo, pero que pronto se convierte en un trabajo perfectamente elaborado y definido.
Y es que, esta «Realidad» de Daena muestra una especie de reflexión interior de la propia compositora, pero trascendiendo al exterior, a lo cotidiano. En este sentido, tiene mucho que ver la tenacidad de la joven cubana y su capacidad de afrontar la adversidad para no acobardarse ante los tropiezos. Es el fondo y también el estilo. Es moverse entre la luz y la oscuridad con la confianza que da encontrarse segura de sí misma. El resultado es un trabajo pulido, pero al mismo tiempo personal, sin renunciar en ningún caso a esa calidad de sonido que parece buscar y en el que lo orgánico y lo electrónico no solo conviven, sino que se aúnan formando un único todo regido por las mismas leyes.
Así nos lo presenta ella misma: «Tenía seis años, y puede que no supiera nada de la vida, pero sabía que me quería dedicar a la música. Mis sueños se comenzaron a maltratar en manos de la persona cuya aprobación era todo para mí: mi padre, quien a mi entender poseía bastos conocimientos sobre el tema. Asumiendo nulas mis posibilidades, decidí aprender a tocar guitarra, para tratar de sanar con esfuerzo lo que con talento creí no lograr. Cuando le entregaba a las demás personas mi arte, algo siempre iba faltando, no les bastaba con el sonido de esas seis cuerdas. Fue entonces cuando comprendí que no había zancadilla más allá de las que yo fuera capaz de imponerme. El sueño despertó, y en ese preciso instante, comenzó a hacerse realidad«.